Rosa Angélica López Martínez
CONTACTO HUMANO EN CRISIS
Hace muchos años, tantos que a veces desearía no recordar la cantidad exacta, una persona me hizo un comentario que continúa grabado en mi mente, y que cada vez cobra mayor sentido conforme me hago vieja, a la vez que observo a las nuevas generaciones atrapadas en la frialdad de la tecnología.
Se han preguntado alguna mañana, mientras disfrutan una buena taza de café,
¿Qué tan importante se ha vuelto el celular en la vida diaria?
¿El número de personas que saludado de mano recientemente, y a cuántos mejor se les envió un moderno WhatsApp o una tarjetita virtual de felicitación a través del Facebook?
Habrá quien me discuta sobre que eso corresponde a cierta clase socioeconómica, y que la gente sencilla todavía mantiene vigente el contacto humano.
APENAS UN PAR DE LLAMADAS
Pondré un sencillo ejemplo que rebate lo anterior. Mi madre es una persona mayor, de la generación de César Costa y Enrique Guzmán en el siglo XX, y no sabe mucho de tecnología y de esos “rollos” de los jóvenes de ahora, sin embargo, mi hermana vive a poco menos de cuatro cuadras de nuestra casa, y por curioso que se escuche, a veces pasan hasta dos semanas en las cuales apenas si le habla en unas tres ocasiones, y es su madre. Imagínese que hacemos entonces con el resto de personas que están más distantes de nosotros o con quienes, no tenemos lazos consanguíneos.
ACABANDO CON EL IDIOMA
De manera personal, debo confesar que el popular WhatsApp sólo lo empleo para saber cómo están mis amigos muy cercanos, a quienes por falta de tiempo no puedo ver, o bien, para trabajar en línea, sin embargo, odio el chateo.
Me desespera la gente que sólo está conectada para hablar de tonterías, y lo que es peor, en un idioma o “dialecto cibernético”, por llamarlo de alguna manera, que vino a darle el colofón final a la agonía de nuestro bellísimo y rico idioma español, como si no fuera suficiente la terrible invasión de barbarismos anglos.
Sin embargo, tuve que sucumbir ante esto, pues ya las llamadas están en peligro de extinción, y si antes era ya frío hablar por celular en vez de una visita, ahora estamos peor, ya nadie quiere llamar y son largas, largas conversaciones por el WhatsApp.
Es más, hasta puedes terminar una relación amorosa por medio de un mensaje de WhatsApp, declararte, contactar citas amorosas o infidelidades; ¿y porque no?, hasta está de moda que te despidan por WhatsApp.
ESPECTADOR DE MENTIRAS
¿Qué me dice de la televisión y sus reality show?, nada más denigrante que poner a prueba la inteligencia del ser humano y hacernos creer que todo lo que les sucede a los seres humanos que adoptan el papel de animales de laboratorio, es cien por ciento real. Y lo más alarmante es el teleauditorio que otorga elevado rating a estos programas de televisión, si acaso llegan a serlo.
TODO SIN CENSURA
Cuando usted navega por el Internet, puede encontrar una nube de información, desde el último descubrimiento de la NASA hasta la mejor receta de papas fritas, pasando por el consabido consejo de belleza y la infaltable pornografía, sin censura por cierto, porque hasta ahora a nadie se le ha ocurrido elaborar una ley, la cual tendría que ser norma establecida mundialmente. Por lo pronto, mientras eso no suceda, en la red informática es posible rastrear hasta el video de un asesinato, por descabellado que parezca.
¿DÓNDE ANDARÁ? ¿CÓMO SE LLAMA?
Vivimos la más alarmante época del ser humano, estamos atrapados en la frialdad cibernética, en el esclavizador celular, en el asesino número uno de la comunicación, el WhatsApp; en los burdos programas de televisión, y por si fuera poco, ya ni llevamos dinero en moneditas, todo lo queremos pagar con tarjeta, y el contacto humano, ¿dónde lo dejamos, empeñado en Monte Pío? Sin embargo, todavía estamos a tiempo de realizar el mágico rescate.
Hoy, cuando volvamos al hogar o lleguemos del antro, abracemos a los hijos, miremos a los ojos a la esposa o al marido, amante o lo que tengamos a la mano.
Hablemos y también riamos con los amigos, apaguemos el celular y corramos al lado del amor de nuestra vida, en vez de mandarle un mensaje.
Observemos el sol que saldrá hoy y pensemos, ¿ya le dijimos a nuestra madre que la amamos, ya le dimos un beso al viejo en la frente?, no perdamos el tiempo, porque mañana podría ser demasiado tarde, y un telefonazo tal vez ya no sea suficiente.