Se escribe más que nunca, pero la eclosión de teclados y pantallas táctiles amenaza el arte de rasgar el papel con lápiz, pluma o bolígrafo. ¿Acabará por desaparecer? ¿Y esto es bueno o malo? En Estados Unidos, La profesora y editora norteamericana Anne Trubek ha pisado ampollas con la reciente publicación de su libro The History and Uncertain Future of Handwriting (La historia y el incierto futuro de la escritura a mano). Después de un extenso repaso a su historia y su indiscutible importancia en el desarrollo de la humanidad, Trubek llega a la conclusión de que nos aferramos a ella por motivos más sentimentales que prácticos.
En sus artículos no duda en abogar por la erradicación de la caligrafía en los colegios, y tras describir de qué manera sufre su hijo por intentar trazar con corrección la G, declara: "Dejemos de brutalizar a nuestros niños con años de ejercicios sobre cómo debe escribirse una ese mayúscula; la escritura a mano es un parpadeo en la larga historia de las tecnologías de la escritura, y ya es hora de tirar a la basura esta manera artificial de plasmar las letras, igual que hicimos con las tablas de arcilla, las señales de humo y otros inventos de la Antigüedad".
Brubek no está sola: sus argumentos coinciden con los de algunos apóstoles de la sociedad digital, quienes han manifestado que no ven el momento en que el papel, las pizarras y los bolis desaparezcan en beneficio del teclado y cualquier otro sistema que permita ganar en velocidad y conectividad. Otros van incluso más allá, y proponen la desaparición de todo tipo de escritura: es el caso del periodista tecnológico norteamericano Clive Thompson, que defiende los mensajes de voz y el dictado como mejores y exclusivos canales de creación y comunicación.
¿Hasta qué punto tienen razón? Hay dos hechos innegables. En primer lugar, desde que comenzó a trazar los primeros signos gráficos, el ser humano no ha cesado de utilizar este conocimiento. Y por otra parte, cada vez que ha aparecido un nuevo soporte o sistema que hacía más fácil la tarea de escribir, casi todo el mundo dejó de lado el viejo. La expresión manuscrita ya se vio amenazada por el teléfono y la máquina de escribir hace 150 años; y de hecho, su uso disminuyó en beneficio de esas dos innovaciones, aunque nadie se planteó en serio su desaparición.
Hoy día, entre la gente que escribe –que no es todo el mundo: el 17 % de la población global, alrededor de 775 millones de personas, es analfabeta según datos de la UNESCO–, sería muy difícil encontrar a alguien que lo hiciera exclusivamente a mano. Y sin embargo los cuadernos y los folios se resisten a desaparecer. Es posible hallarlos incluso en muchos ambientes profesionales plenamente integrados en el mundo digital, desde el despacho de un alto directivo a la mesa de un experto en redes sociales o un consultor de comunicación. Todos coinciden en que, aunque luego puedan o no volcarlo en el ordenador, apuntan a mano las cosas importantes, porque "así se recuerdan mejor".