Enfermera del IMSS reza por sus compañeros

19-Junio-2020

Desde el primer piso del hospital Belisario Domínguez del IMSS, Lupita Villagómez encomienda a Dios a pacientes y compañeros para enfrentar el covid-19. 

 

En la lucha contra el covid-19, la religión también tiene lugar. En especial cuando pasan los días y se acumulan los muertos, pero también los recuperados. La plegaria es un refugio para algunos de los que enfrentan, día a día, una de las batallas médicas más difíciles que se hayan peleado en el mundo. “¡Madre, cúbrenos con tu manto para ninguno de nosotros sea tocado por esta enfermedad y danos la fuerza y la salud física mental y espiritual para cuidar de los enfermos que se encuentran en este lecho de dolor!”, reza todos los días la enfermera Lupita, cubierta con un traje de protección personal que apenas le permite ver y respirar. 

 

Llega todos los días a trabajar en el primer piso del Hospital General de Zona #29 del IMSS, Belisario Domínguez en Aragón, donde se encuentran desde marzo pasado los hospitalizados por covid-19. Aquellos que tienen la suerte de subir un piso, desde urgencias donde se recibe y mantiene a los más críticos. María Guadalupe Villagómez es enfermera desde hace 26 años y no recuerda un período más difícil que el que viven ella y sus compañeros trabajadores de salud desde hace tres meses a consecuencia de la enfermedad que puede mantener por semanas a una persona conectada a un respirador. 

 

"Yo misma no lo creía al principio, pero cuando murió el primer paciente y escuchaba los gritos de su familia y su desesperación por no poder siquiera despedirse, entendí lo que esto significa", cuenta a la salida de su turno y después de hacer su ritual de oración que no solo la ayuda a enfrentar el miedo y la ansiedad, también a sus compañeros que a diario ven morir súbitamente a muchos pacientes y salir otros tantos. 

 

​Lupita ha tenido que ver cara a cara a la muerte. Varios pacientes han agravado en cuestión de horas cuando parece que van en franca mejoría.  "Comienzan a desaturar, de repente empiezan a ahogarse y no podemos hacer nada por ellos, solo tomarles la mano y decirles que no están solos y ayudarlos a que se vayan tranquilos”, relata con la voz quebrada. “Trato de hacerles menos pesada la estancia, porque te vuelves parte de su familia, porque sabes que están solos”.

 

Lupita ha llevado sus creencias religiosas hasta su lugar de trabajo donde comparte día a día con compañeros que se han vuelto un grupo unido que se ayuda y se da aliento para enfrentar los momentos de crisis. 

 

“Yo creo mucho en Dios y de él me he agarrado, entonces todos los días antes de salir de su casa me encomiendo a él, le pido que me acompañe, que sea el que guíe mis manos, que me dé la sabiduría y la fortaleza para estar aquí con todos los enfermos”. Para ella, como para muchos de sus compañeros, ha sido un proceso difícil. En su caso, ha tenido que salir de la zona cero para poder recuperar la plena visión o el aire, pues el equipo de protección a veces no le permite respirar profundamente. 

 

"El no poder respirar, el no poderte tocar, nos costó trabajo. Hubo un momento que yo le pedí a una compañera, oye, 'puedes ser mis ojos, porque no veo nada' y esa parte de hermandad que se formó es lo que nos ha hecho, lo que me ha hecho sentirme segura y estar en esta área". 

 

Y es que Lupita sabe que la muerte ronda a los pacientes más críticos; incluso a aquellos que parece que saldrán adelante, pero también al personal médico; muchos han perdido la batalla intentando salvar vidas y ese es un riesgo latente. 

 

"Por eso yo los cuido y ellos me cuidan, es lo que nos decimos", pero también reconoce que en los últimos tres meses de los 26 años que lleva con el uniforme blanco bien puesto, la vida le cambió por completo. Aprendió a valorar la salud, hasta a respirar bien cuando no trae un cubrebocas puesto "Cuando tiene uno la salud, todo lo podemos hacer, pero sobre todo, no perder la fe, la confianza poder estar con los que más amamos y valorar ese tiempo", pide.

 

Fuente: MIlenio